Espera. Antes de seguir leyendo, consigue un vaso de agua. Del grifo. Llénalo y déjalo a tu lado. Mira el agua.
Antes de llegar hasta este vaso ha pasado por kilómetros de río y kilómetros de tuberías. Quizá incluso por un riñón o dos. No te asustes, es potable. Toma un sorbo: ¿a qué sabe?
Es una opinión extendida que el gusto del agua del grifo de Barcelona deja algo que desear. Y no es sólo un mito: un informe de 2014 realizado por la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) clasificaron el agua de Barcelona como una de las peores de España. Pero antes de emitir estas valoraciones debemos preguntarnos qué entendemos por “malo” y por “bueno”. ¿Con qué vara de medir evaluamos la calidad del agua?
Cuando decimos que el agua de Barcelona es “mala” nos referimos a sus cualidades organolépticas, es decir a su sabor y a su olor. Pero también podemos decidir si un agua es buena considerando si es potable o no. E incluso podemos tomar en consideración el estado ecológico de esa agua, evaluando si forma parte de un ecosistema sano.
La metrópolis y sus conductos
En Barcelona, el agua proviene principalmente del Llobregat y del Ter, prácticamente a partes iguales.
Aunque en un origen el Besós era la principal fuente de abastecimiento, a partir de 1950 el río dejó de proveer a la ciudad por exceso de contaminación. A partir de ese momento, el agua del Llobregat se convirtió en el suministro mayoritario, acompañado del Ter a partir de la década de los 60.
Así, el recorrido del agua que acaba en el vaso de tu lado empieza en Ulldeter (Ripollès) o en Castellar de n’Hug (Berguedà). Entra en los pueblos, se depura, sale de los pueblos. Coge sales y materia orgánica. Atraviesa minas e industrias, se para en embalses. Llega a las plantas potabilizadoras, las ETAP (Estación de Tratamiento de Agua Potable): en Cardedeu, la que trata las aguas del Ter que luego entrarán por el norte de Barcelona, y en Abrera y Sant Joan Despí, donde se tratan las aguas del Llobregat que entrarán por el sur de Barcelona.
A partir de ese momento las aguas ya son potables y se trasladan a los más de 99 depósitos distribuidos por el Área Metropolitana de Barcelona. Y de ahí hasta el grifo, la ducha, la manguera. Y al desagüe: de los 110 litros que aproximadamente gastamos por persona y por día en Barcelona, el 80% lo dedicamos al váter, a la ducha y a la lavadora, y sólo alrededor del 2% lo destinamos al consumo propio. Ese 2% que ha acabado en el vaso que te acabarás bebiendo acabará en el lavabo y consecuentemente en las depuradoras (EDAR) del Besós y del Prat de Llobregat. Y finalmente en el mar.
La vuelta al vaso: ¿esa cosa se puede beber?
En tu vaso no sólo hay agua. De hecho, todo eso que no es agua es lo que te hace decidir si está buena o mala.
Para empezar, hay todo lo que el río arrastra a lo largo de su curso y que no es totalmente eliminado, como las sales u otros compuestos minerales. A esto se añade la materia orgánica, que tiene un impacto directo en el sabor del agua por los residuos que puede dejar y porque conlleva un tratamiento para eliminarla que también es clave: el cloro. Cuanto más cloro lleve el agua, peor sabrá.
Por último, el agua también contiene una serie de microcontaminantes que no influyen en su gusto pero que siembran una sombra de duda sobre su absoluta potabilidad. Cantidades ínfimas de sustancias químicas circulan con el líquido y generan debate: mientras ciertos científicos y grupos ecologistas abogan por su eliminación o prohibición, la industria química asegura que no hay estudios que demuestren que estas sustancias son nocivas para la salud humana. Así que, por ahora, en tu vaso de agua es probable que haya algo de ibuprofeno y Voltaren. Y si es fin de semana, aumenta la posibilidad de que contenga también cocaína.
El proceso de potabilización es largo. No sólo se añade cloro para matar la materia orgánica, sino que también se utiliza ozono que combinado con el bromo del río puede formar compuestos cancerígenos. Como los trihalometanos, que se generan precisamente al añadir el cloro y también se tienen que tratar. Además, se eliminan parte de las sales y los nitratos que traen los ríos. Narcís Prat, catedrático de biología por la Universidad de Barcelona y especialista en gestión ecológica del agua, asegura que aunque “nuestras plantas de potabilización son de las mejores del mundo y cumplen la normativa, no puedes pretender que el agua tenga muy buen sabor con todo lo que le añaden”.
Cuanto más proceso de potabilización, peor será el resultado. Es por esto que el agua sabe mejor o peor en diferentes partes de Barcelona. Puede que tu amigo, el que siempre asegura que el agua en su casa es mejor que en la tuya, al fin y al cabo tenga razón. Si vive en Horta y tú vives en Sants, seguro que tendrá razón: tu agua viene del Llobregat, que requiere más tratamientos porque el río está en peor estado, mientas que la suya llega del Ter, un río relativamente más sano.
Actualmente los dos sistemas de distribución están conectados y mezclan las aguas, con lo que las diferencias de calidad organolépticas (de olor y sabor) se han difuminado, sobre todo hacia el centro de la ciudad. Además debemos tener en cuenta que la calidad del agua del Llobregat ha mejorado en la última década, mientras que la del Ter ha empeorado, igualando aún más el gusto de ambas. Sin embargo, Passeig de Sant Joan se mantiene como la antigua frontera entre las aguas buenas y las malas, aunque sea más en el imaginario colectivo barcelonés que en la realidad.
Hay otro factor que también puede influir en que el gusto del agua de tu vaso sea diferente al de tu vecino. La última fase del proceso de potabilización es añadir algo más de cloro para que la materia orgánica no se desarrolle durante la distribución. El problema es que a lo largo del recorrido, el cloro se evapora, y se debe ir añadiendo en diferentes puntos de control a lo largo del sistema de distribución. Así, si vives justo antes de que se añada el cloro al agua, tu vaso contendrá líquido con algo de mejor sabor, mientras que el que vive justo después beberá mucho más cloro del necesario, puesto que le añaden suficiente como para que llegue al siguiente control con la cantidad mínima requerida.
La masa madre: algas, sal y cerdos
Pero, ¿qué es lo que hace que las aguas del Ter y del Llobregat necesiten tantos tratamientos para que nos la podamos beber?
Para empezar, los purines. Las deyecciones de los cerca de 6 millones y medio de cerdos que hay en Catalunya y que los agricultores utilizan para adobar la tierra acaban filtrándose y llegando a ambos ríos. Los llena de nitratos, que a partir de los 50mg/l pueden producir sustancias tóxicas. Éste problema aqueja especialmente al Ter aunque tiene impacto también en el Llobregat. De hecho, si el agua del Ter ha empeorado últimamente es por el aumento de nitratos y materia orgánica.
Al Llobregat además se le añade el problema de las sales. El río atraviesa el Bages y consecuentemente todas sus minas de sal. Cuanta más sal, peor gusto tendrá el agua y en peores condiciones estará el ecosistema fluvial. Y más caro será el proceso de potabilización. Antoni Munné, Jefe del Departamento de Control y Calidad de las Aguas del ACA (Agència Catalana de l’Aigua), explica que en los últimos años la calidad del Llobregat ha mejorado mucho, aunque siga siendo un río con una salinidad elevada. “Hace diez años el río bajaba a 1000mg/l, y hoy estamos cerca de los 270”, asegura, y añade que el objetivo es rebajarlo incluso más hasta los 250mg/l.
Pero aunque la cantidad de sales del Llobregat es una de las claves que marca la diferencia de calidad organoléptica con el agua del Ter, no es la única. Hace falta que nos remontemos a la industrialización de Catalunya para comprender otro de los problemas del río. Las orillas del Llobregat se llenaron de fábricas textiles que construían pequeñas presas para hacer funcionar los telares. “El Llobregat tiene 156 km y sólo 20 que sean realmente río”, explica Narcís Prat. Estas presas hacen que el agua no se oxigene tanto como debería, y por lo tanto afecta también al ecosistema fluvial, por ejemplo haciendo que la cantidad de algas aumente y añadan mal sabor al agua.
Si sabemos qué es lo que determina el gusto del agua, la siguiente pregunta lógica es qué hacer para que sepa mejor. El primer paso: mejorar la calidad de las masas de agua para tener que someterlas a menos tratamientos. Pero, ¿de quién es responsabilidad?
La Agència de l’Aigua y la prorrogación de la prórroga
Para empezar, de la Agència Catalana de l’Aigua (ACA). Este organismo público se encarga de que el agua que circula por el medio esté en el mejor estado posible.
A principios de 2017 se aprobó el Plan de Gestión del agua para los años 2016-2021. Este Plan de Gestión no sólo evalúa el estado de las aguas de Catalunya sino que describe las medidas a implementar para mejorarlas y determina su presupuesto. Entre ellas, prevé la aplicación de 443 iniciativas agrupadas en cinco bloques: mejora de la calidad física y biológica del medio, gestión de la demanda y de los recursos hídricos, mejora de la calidad de las aguas, medidas de prevención y defensa contra las inundaciones y medidas para la investigación, innovación y desarrollo. Antoni Munné lo califica de cambio de paradigma: “Hasta ahora, la calidad del agua sólo se basaba en los usos y en cuatro parámetros químicos”, explica. Munné asegura que con este plan “lo que queremos es tener un buen estado de las masas de agua con un buen ecosistema”.
Hoy en día, sólo el 36% de las masas de agua catalanas llegan a la categoría de “buen estado ecológico”. La Directiva Marco del Agua proponía que los territorios tuvieran sus aguas en buen estado en 2015. La previsión es que en 2021 se llegue al 45%. El problema es que si en 2009 se destinaron 6.200 millones de euros, el plan que acabe en 2021 prevé gastarse 918 millones, que no llega ni al 16% del presupuesto anterior. Fuentes de la dirección del ACA aseguraban entonces que es un presupuesto más realista y ajustado a las posibilidades reales de acción de la Agencia.
El Plan de gestión 2009-2015 tropezó con varios problemas financieros. Para empezar el Plan se redactó en un contexto económico y político muy diferente. La llegada de la crisis por un lado y de Convergència i Unió por el otro hizo que o bien se paralizaran o ralentizaran parte de las acciones que el ACA tenía previstas, y que la Agencia acumulara una cantidad de deuda que ahora se refleja en los nuevos presupuestos. “Hemos hecho un programa de medidas financiadas sólo con recursos internos del ACA porque ya no podemos fiarnos de los recursos externos”, justifica Antoni Munné.
Pero más allá de cuánto dinero se prevé gastar, lo importante también es saber en qué. Algunas propuestas concretas son más de 42 millones euros para reducir la contaminación salina del Llobregat, 710.000 euros para reducir la contaminación industrial o 17 millones más para reducir los nitratos que provienen de los purines. Además, el nuevo plan también decide priorizar el abastecimiento de Barcelona a través del trasvase del Ter y no de la desalinizadora, que actualmente está prácticamente parada, y no establece un cabal ecológico mínimo para el tramo final del Llobregat (entre Sant Joan Despí y el mar).
Estas son las medidas que más ampollas han levantado en plataformas como Aigua és vida, que se declaran en contra del Plan de Gestión. Las críticas: un presupuesto menguado, del cual según la plataforma sólo el 10% se dedica a mejorar el estado de los ecosistemas acuáticos. Para Moisès Subirana, miembro de Aigua és vida i d’Enginyers sense fronteres, es una contradicción que el ACA invierta tan poco dinero para medidas de este tipo mientras paga los efectos de industrias y empresas en la contaminación de los ríos. Uno de los casos más sonados es el de Iberpotash, la mina de sal de origen israelí cuyos residuos salinizan constantemente el Llobregat. Se calcula que el ACA podría haberse gastado 200 millones de euros en medidas para paliar los efectos de la empresa.
Sin embargo, el presupuesto no es la única crítica. Según Aigua és vida, el nuevo Plan de Gestión no tiene en cuenta los daños ecológicos del trasvase del Ter a la hora de compararlo con los costes de la desalinizadora de Barcelona. Para la plataforma ecologista, la desalinizadora es una opción que tiene mucho menos impacto en el ecosistema que el trasvase del río de Girona hacia Barcelona. Fuentes de la dirección del ACA sin embargo aseguran que este daño, cifrado en 60 millones de euros anuales por Aigua és vida, sí se ha tenido en cuenta. Antoni Munné añade sin negar su impacto económico que es un cálculo difícil de hacer: “¿Cómo cuantificas el precio de tener cinco peces en vez de diez en el río?”. Y aunque sea difícil, el ACA acordó intentar medirlo después de reunirse con la plataforma ecologista.
Aigua és vida también echa de menos más penalización a los agricultores y ganaderos que sobrepasen el límite de purines. “Cuando no puedes coger agua porque los acuíferos y los ríos están contaminados, tienes que montar estructuras de potabilización o comprar agua de otros lugares”, explica Subirana. “Todo esto es dinero que tiene un impacto directo en la economía”, reflexiona. Sin embargo, en este caso multar a quien contamine no depende sólo del ACA, sino también de Agricultura.
Quizá el único punto del Plan en el que el ACA acabará dando la razón a Aigua és vida es el que hace referencia al tramo final del Llobregat. Según la primera versión del Plan, el río podría ir seco desde Sant Joan Despí hasta el mar, causando un gran impacto en el ecosistema, y no pasaría nada. Sin embargo parece que la versión definitiva rectificará y sí establecerá un cabal mínimo para el Llobregat, tal y como Aigua és vida pedía.
Encontrar el equilibrio y el dinero que permita el buen estado de toda el agua de Catalunya es difícil, y más cuando el sector público adelgaza cada día más y lo urgente siempre acaba pasando por delante de lo importante. Si un pueblo tiene el agua llena de nitratos necesita una depuradora, y si ese pueblo tiene una depuradora el Llobregat bajará con más sales porque no se ha podido invertir en su ecosistema. Pero es que el pueblo necesitaba la depuradora. Como dice Munné, “cualquier medida no se hace de hoy para mañana”, pero hay que ir con cuidado de no quedarnos sin mañana por culpa del hoy.
Tres besos: Acciona, Agbar y CiU
Hay mucho en juego para que el agua que hay en tu vaso sea buena. Pero la calidad no tiene impacto sólo en tu paladar, sino también en tu bolsillo. Cuánto más procesos de potabilización requieran, más cara será. Actualmente, pagamos 1,83€/m3, que equivale a 0,00183€ por litro. El área metropolitana de Barcelona es una de las zonas con el agua más cara de Catalunya.
¿A quién va a parar nuestro dinero? En Barcelona, principalmente a Aigües de Barcelona, o lo que es lo mismo: Agbar. Aigües de Barcelona es una empresa mixta, con el 15% de participación pública y el 85% restante perteneciente a Agbar. Desde que el agua es recogida en el Llobregat hasta que llega a nuestros grifos, es la compañía la que la potabiliza y distribuye.
En cambio, del lado del Ter, Agbar sólo se encarga de distribuirla desde los depósitos municipales, una vez el agua ya está potabilizada, hasta las casas. Del proceso de potabilización se encarga, en este caso, ATLL (Aigües Ter Llobregat), una compañía también privada gestionada por Acciona.
De hecho, absolutamente cada mililitro de tu vaso de agua ha sido captada, potabilizada y distribuida por manos privadas. Ya sea a través de Acciona o a través de Agbar (la parte pública de Aigües de Barcelona sólo se encarga del saneamiento), el agua que bebemos en Barcelona la gestiona una empresa. Las consecuencias: el precio y los cortes de agua. Cuando una empresa privada gestiona el agua quiere decir que dentro del precio que pagamos por ella se incluyen beneficios. Y en Barcelona más de 5 habitantes de cada 1000 no han podido pagar esos beneficios.
La gestión privada del agua en Barcelona y Catalunya tiene además un historial opaco. La ciudad nunca tuvo una gestión pública. De hecho, en 2012 se declaró que Agbar, que era la empresa que se encargaba de la gestión del agua en Barcelona, no tenía contrato de concesión. La situación se salvó de manera dudosa cuando el Área Metropolitana de Barcelona decidió crear Aigües de Barcelona ese mismo año adjudicando la participación privada a Agbar sin un concurso previo, alegando que era la única empresa que lo podía asumir.
Pero las irregularidades no se limitan a Barcelona. Actualmente Acciona, Agbar y la Generalitat se encuentran en los juzgados por el proceso de privatización de ATLL. La empresa, que antes de la llegada de CiU al Parlament había ganado el segundo premio a mejor empresa pública del mundo, fue privatizada en 2012 cuando Acciona ganó el concurso público que se disputaba con Agbar. Los problemas empezaron cuando el OARCC (Organisme Administratiu de Recursos Contractuals de Catalunya), un organismo de la propia Generalitat, tumbó el concurso alegando irregularidades durante la adjudicación. La Generalitat recurrió, Acciona recurrió, Agbar también aprovechó para meter baza y el proceso judicial aún sigue.
En fin, menos es más
En definitiva: hay una pugna empresarial por exactamente esa agua que ya te estás bebiendo de tu vaso. ¿O no te la bebes?
Quizá eres de los que al principio del reportaje has acabado pidiendo una botella de agua en vez de agua del grifo. No estás solo: según datos del ayuntamiento en 2008, el 58% de los habitantes de Barcelona beben agua envasada, mientras que el 42% utilizan la red pública. Aunque estos datos pueden haber sido alterados por la llegada de la crisis, el consumo de agua envasada es especialmente intensivo en Catalunya en comparación con el resto de España.
De hecho, el sector del agua embotellada creció un 67% entre 2000 y 2010, y el contexto económico, aunque haya ralentizado su despegue, no ha frenado el aumento. Una de las estrategias ha sido sustentar las ventas en aguas de formato garrafa, de manera que sale algo más barato. Aun así, el agua envasada es carísima cuando se compara con el agua corriente: por el precio de una garrafa de 5 litros puedes pagar más de 1.000 litros de grifo. Y además genera una gran cantidad de residuos plásticos con sus consecuentes impactos ecológicos. En Barcelona, cada día se consume el equivalente a unas 450.000 garrafas de 5 litros, lo que significa unas nueve toneladas de plástico al día (aproximadamente 5gr por persona).
Si el agua de Barcelona tuviera mejor sabor, consumiríamos menos agua embotellada. Para que el agua de Barcelona tenga mejor sabor tiene que ser tratada con menos cloro. Por lo tanto, debe llevar menos materia orgánica. Y también menos nitratos y menos sales. Y para que lleve menos sales y menos nitratos, debemos preocuparnos de que el estado ecológico del río sea bueno.
Podríamos seguir con la carta a los reyes magos. O dejar de comer cerdo. También podríamos dejar de quejarnos por el gusto del agua de la ciudad. Y ya en última instancia, podríamos quizás esforzarnos en controlar las empresas privadas e industrias que contaminan las aguas, o en consumir de manera que no nos carguemos los recursos naturales de este país. Pero sólo son sugerencias.
Photos: Alessia Bombaci