Tras un Pride reivindicativo como pocos, la ciudad no descansa. Ni Ada Colau puede dormir tranquila; ahora la acusan de no querer llevarse bien con Israel. Flash news, señor Jufresa: poca gente quiere. Esta no es una semana normal en Barcelona, ni en Barcelona, ni en ningún lado. Costaría pintar una situación tan surrealista hasta en un cómic de nuestro querido y eterno Ibáñez. El 23J nos jugamos mucho: para empezar, los siguientes cuatro años y la posibilidad de caer en las fauces de la extrema derecha, así que, mientras se pueda, el plan ideal para el domingo es ir a votar y después, a la playa. O votar y jugar un partidillo contra los Maiden, me da lo mismo, la cuestión es votar. Y si el metal no es lo tuyo, también se puede probar con una cita Tinder, que se ve que somos la capital del amor esporádico y de vitrina. En la política y en la pasión, hay que tener cuidado con que no te den gato por liebre, o rata, en nuestro caso. En esta ciudad de contrastes las injusticias afloran como el mosquito tigre cuando suben las temperaturas; desalojamos a familias con criaturas, pero ganamos por goleada en la inversión en hoteles de lujo, algo que a nadie, repito, a nadie que viva en Barcelona le importa un pimiento. Las cosas no son blanco o negro, esto lo sabemos pero, como diría Kortatu, es obvio que hay algo aquí que va mal. Por eso, a votar. Por lo que más quieres, por los que más quieres, por dejar que la gente quiera a quien quiere, a votar.