Cada semana intento buscar noticias alegres en esta cálida, cálida Barcelona; está en mi naturaleza. Sin embargo, noche ruidosa a noche ruidosa, el verano se antoja retador. La ciudad está adolescente perdida con tanta obra que, como un acné teenager, la hace parecer desubicada, aunque para desubicados, los turistas que se quejan de lo masificado que está el panorama barcelonés. Querida Karen, welcome to Barca; con nuestro bochorno, nuestras tormentas de tarde y nuestras algas tropicales invasoras, esto es casi un paraíso, sobre todo para la especulación inmobiliaria desenfrenada. Si les gustan los fondos saudíes multimillonarios o los pisos de lujo que se buscan como una pieza de puzzle que falta en una casa con criaturas, el panorama que se tiene que ver desde las alturas será de su agrado. Si no, se lo preguntamos a Nathan Paulin, el funambulista que pasó de pagar la entrada de las torres de la Sagrada Familia para vernos las coronillas sudadas. Bajar de las alturas cuesta, imagino que piensan también desde Barcelona Global, estupendo lobby feroz, que pretende ampliar El Prat para que aviones cada vez más grandes paren aquí. En Barcelona, la movilidad rápida solo importa si hay euros implicados; si no, te toca caminar 1,5 km para ir a la escuela o cargar con todas las responsabilidades de la sostenibilidad para salvar el planeta. Entre ataques fascistas y más ratas, por fin, he encontrado una buena noticia: el rescate de Kity. Algo por lo que sonreír una semana más.