El domingo fui a la manifestación contra la Copa América, que protestaba contra el modelo de ciudad en el que los macro eventos ahogan a una población que no puede pagar el alquiler y me sorprendió que hubiera tan poca gente. Sobre todo porque el porcentaje de hogares que viven de alquiler en Barcelona llegó al 44,1% en 2022 y ya se le llama “generación inquilina”. En un momento, la protesta se encontró con la fiesta que uno de los equipos de la Copa celebraba en un bar de la Barceloneta y la escena era la metáfora perfecta de la lucha de clases: quienes estaban en la fiesta, arriba, en una terraza, vestidos con polos inundados por marcas patrocinadoras, saludaban, sonreían y brindaban por quienes desde abajo se mordían los labios de la rabia. Un grupo, para intentar canalizar esa ira, les gritó: balconing, balconing. No llegó a más, algo que no pueden decir los trabajadores de la subcontrata que está haciendo las obras del Camp Nou y que se liaron a ostias el viernes pasado. El capitalismo, desaforado, crea monstruos. Por suerte, cuando se hace ruido pasan algunas cosas: el Ayuntamiento compra la finca de Navas de Tolosa 339 de la que os hablamos el otro día y que Generalitat y Hospital Clínic subastaban al mejor postor: 4 pisos y un local por 460.000 euros. La tranquilidad de sus vecinas no tendrá precio.