Eso de que en verano no pasan cosas es algo del siglo XX; ahora vivimos tiempos sin precedentes todo el rato, sin parar. Las elecciones han sido convulsas y han dejado un mapa de Barcelona teñido de rojo, menos Sarrià, que, qué chorprecha, ha votado en su mayoría al PP. Unos resultados que suelen interpretarse a nivel estatal han tenido un sorprendente reflejo en Barcelona y Catalunya, donde se juega el partido final del Gobierno con Junts como árbitro. Collboni no quiere hacer concesiones, y Trias, cual personaje repescado de una temporada anterior de Netflix, tampoco las pide. Pero entre autodeterminación y amnistías, la gente de Barcelona se preocupa más por la seguridad, la vivienda y la limpieza. Se ve que somos una de las ciudades más decepcionantes para el turismo; tiene guasa el asunto, porque una de las mayores causas de la paliza constante a la urbe es justo culpa de esto. Suerte que aún quedan barrios por descubrir, aunque cada vez sean más caros. Aquí la ciudadanía no es solo de Perro Sanxe, también es de perros, en general: ya hay más animalicos que niños. Juventud, divino tesoro, hasta que te pillan haciendo una rave; así no hay quien sea chaval y camele. No hay paz para Barcelona, no hay tiempo sin precedentes, no hay certezas para el futuro político. Este es mi último boletín semanal; os vuelvo a dejar en las mejores manos. A partir de septiembre nos veremos en algún otro formato y, mientras tanto, feliz verano, viva Ibáñez, abajo el fascismo y suerte.
