Sí, hace calor. Mucho calor. Y no “es lo que toca ahora” que dirían los negacionistas; es algo preocupante. Las noches tórridas, la nueva ola de moda en Barcelona, son esas consecuencias de la crisis climática que ya tenemos encima y a las que nadie, menos, parece, Yolanda Díaz, piensa prestarles atención. Al cara a cara me remito. Hasta los refugios climáticos recién estrenados están vacíos, y mira que tenemos algunos repartidos. Teniendo en cuenta que las playas son lugares más seguros para pájaros que para mujeres, una, sudando, se plantea acampar en alguna de las piscinas de la ciudad o abrazarse al contaminante y derrochador pero fresquito aire acondicionado, que aquí nadie es tan consecuente con sus ideales. Si no, que se lo cuenten a Collboni. Esta semana, Colau llegó tarde al primer pleno de nuestro nuevo alcalde, igual porque, como cada vez más gente, está optando por dejar el coche en casa, o porque quiere disfrutar paseando por sus superillas antes de que otros se lleven el crédito. Va a tener que cobrar a todos los que se hayan metido con su idea peatonal y luego la transitan, como los de Queviures Múrria, hartos del enfático “just looking” de los turistas que pisan pero no cuidan. Los que no pagarán, seguro, son el Madrid y el Barcelona; Hacienda somos todos… o casi todos. Nos espera un verano más caliente que el aceite del churrero más famoso de TikTok. Y no es una buena señal.